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Miguel Sánchez-Ostiz

LA VENGANZA

LA VENGANZA.- QUE la venganza mueve los corazones, las bocas y hasta las conductas es un hecho tan inconfesable como cierto. Nadie quiere aparecer bajo la máscara del vengativo. La probidad nos puede, casi más que el sentido de la equidad que ese sí, ese nos asoma a abismos vertiginosos.
Las atrocidades cometidas por un violador convicto, confeso y reincidente, durante un permiso penitenciario precisamente, pone en tela de juicio buena parte del sistema penitenciario, ese que tiende a la rehabilitación del delincuente más que a su muerte física o social, que es lo que se va pidiendo cada vez con más desparpajo.
Las víctimas (y quienes con ellas cierran filas) opinan que los criminales deben pudrirse en la cárcel. Las víctimas entienden mal por qué unos deben cumplir íntegramente sus condenas y otros no. Para las víctimas no hay, jamás, reparación del daño causado que, de manera convencional, se cifra en unas cantidades que, encima, raras veces cobran. A las víctimas les llama la atención el hecho de que las condenas se quedan en nada o en poca cosa, y que el criminal no purga su pena. La víctima duda que el porcentaje de verdaderas rehabilitaciones sociales merezca esos esfuerzos, entre los que están los permisos penitenciarios.
Es la mala salud inveterada del sistema penitenciario. En el caso de los dos últimos asesinatos hay flagrantes errores humanos, tal vez fortuitos, tal vez dolosos, por los que alguien en, buena ley, debería pagar. No creo que lo veamos. Unos se escudarán en otros y, todos, al final, en la correcta interpretación de unos textos legales. Niebla. Pero merecería la pena juzgar de una vez al que juzga.
Al personal le da tanto miedo ese terreno pantanoso que se ve obligado a expresar una ilimitada confianza en las leyes, como si estas fueran un dios Moloch redivivo. No es confianza, es miedo. Miedo a las leyes y al sistema, pero sobre todo a las zahúrdas de la propia conciencia. Miedo a la inseguridad. Miedo a lo imprevisible y a ese magma en el que las ganas de devolver el daño por el daño se imponen a una filosofía de la pena que, jamás, escriben las víctimas y que es, por fuerza, todo lo imperfecta que puede ser un negocio entre humanos.
¿Era el violador un monstruo irrecuperable sin otro futuro que el encierro psiquiátrico? No lo sabemos. Y no sabemos qué hacer con él. Por eso no se lo preguntamos a las víctimas. Tememos su respuesta. Nosotros con la ley, siempre, de su mano, en su honor, alabanza va, alabanza viene, correremos el riesgo de un nuevo permiso. Me temo que ni el monstruo ni nosotros tenemos remedio.

DÍAS DE PENITENCIA.- LO que más llama la atención de esa tenebrosa expresión es su hondo saborcillo semítico y religioso, algo antiguo, amenazador, como si se tratara de una festividad a fecha fija, una especie de cuaresma que el más fuerte impone al que se rebela contra unos extremos de dominación perversos.
Pero no, ese es el nombre de las represalias de Israel da a los atentados palestinos. Unos se defienden y otros atacan, y nadie pone en tela de juicio esa convención que inclina la balanza hacia el verdugo, que es la gente de orden: los israelitas en este caso.
Israel se ha librado a un genocidio en toda regla porque del exterminio del pueblo palestino se trata o cuando menos de obligarle a un éxodo histórico o a que se conviertan poco menos que en siervos. Israel quiere ese trozo de y lo va a obtener con el aval de sus seculares sufrimientos que son los que detienen el juicio de la mayoría y el apoyo de los USA. Como si esos sufrimientos, precipitados en el muy cierto Holocausto, excusaran las atrocidades cometidas y por cometer. El utilizar a una niña como blanco de tiro no es la mayor de todas. Bueno, también las apoyan la banca y el etcétera del poder sionista en el mundo que, existir, existe, vaya que sí. Esa es la razón por la que los USA vetan todas las resoluciones de la ONU que condenan la actuación de Israel, desde la utilización contra población civil indefensa de armas de guerra prohibidas, hasta la construcción de un muro propio de una Casa de Fieras. La ONU es una falacia en la que no creen más que los que de ella comen (y bien).
Por el momento David se defiende como puede de Goliat. Y en esa pugna en la que Israel-Goliat postula la desaparición del pueblo palestino (su reducción a la servidumbre a ello equivale) llama la atención la desproporción de los medios empleados –piedras contra carros de combate- y los muertos se cuentan a diario por docenas. Es una guerra abierta. Desde hace mucho. Ante la casi completa indiferencia general. Todo lo que se diga es poco.

ALARMA SOCIAL.- DE la alarma social (de la familia del antiguo escándalo de los curas) se habla mucho, pero sobre todo parece como que lo hacen los jueces para tomar unas decisiones que de otro modo no tomarían. No es así o no lo es del todo, aunque sea un motor social de reciente aparición. Si un hecho suscita alarma social, se le presta especial atención, si no, no, o muy poca, la de costumbre. La alarma social es indignación, miedo, y mucho ruido hoy y humo de las velas mañana, cuando una nueva enormidad atraiga nuestra atención. La alarma social es una de las más eficaces mitologías de nuestra época y una patraña de campeonato.
Lo curioso es que la alarma social no pasa de ser sino el efecto del ruido o el barullo mediático que tiende más al espectáculo, al jolgorio, al circo y a la parada, que a la verdadera información. La información es espectáculo y como tal es tratada. Son algunos medios de comunicación, que hacen de la información de los hechos un espectáculo de gallera, los que avivan o apagan el fuego de la alarma social, porque esos espacios son seguidos por una audiencia ávida de emociones fuertes. Los índices de audiencia cantan y las batallas navajeras por conseguirlos, también. Si hay ruido, hay alarma, independientemente del llamado que interesar lo que se dice interesar, no le interesa ni a San Pedro. Hoy uno, mañana otro.

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